viernes, 8 de junio de 2012

DE MADRES E HIJAS I

    



     Hace poco una amiga me sugirió que escribiese sobre mi hija. Porque yo tengo una hija, una sola hija que nació al tercer intento y tras haber perdido la esperanza de llevar un embarazo a término. Por eso , cuando por fin la tuve en mis brazos  , me pareció que la había parido por un ojo, de tanto como la deseaba y de tan especial como me pareció ese momento.  Recuerdo que no consentí quitarme las gafas durante el parto, por no perder detalle del mismo y principalmente, para poder observar bien a mi hija una vez naciera: se me ocurrió que me la podrían cambiar por otra y yo quería esa, la que había estado cuidando en mi vientre durante casi nueve meses.
    Mientras fue pequeña, dejé de dormir para comprobar si respiraba, me pasaba las noches en vela observándola en su cuna a mi lado y los días como un alma en pena por falta de sueño;  me provocaba instintos animales: la olía, la acariciaba, la lamía incluso. Para mi, mi hija era única en su especie: la encarnación de todas las hijas.
   Reconozco que nunca antes había tenido sentimientos maternales, no he sido de esas mujeres que le hacen carantoñas a todos los chiquillos que encuentran a su paso, pero cuando por fin tuve a mi hija, despertó ese sentimiento escondido  y me salía a borbotones por los poros. Creo que en esa etapa me convertí en una madre agobiante. Para que no se me perdiera, llegué a comprarle una de esas correítas tipo arnés. Cuando la sacaba a pasear y se cruzaba con los perros, la niña los saludaba ladrando y a mi la gente me miraba raro. No me importaba, mi niña estaba segura: cuando tropezaba, yo tiraba de la correíta y le evitaba una caída, que cuando a veces tenía lugar, me dolía a mi más que a ella.
     Ha pasado el tiempo y mi niña ha dejado de ser una loca bajita para convertirse en una loca un poquito más alta. Tiene dieciséis años y millones de hormonas virulentas transitando por su cuerpo. Yo, en cambio, voy menguando y me he convertido en un arsenal de hormonas menopáusicas. Mala combinación. Nuestras hormonas  entrechocan cuando nos encontramos  a una cierta distancia y se producen verdaderos cataclismos. 
      Para mi hija, soy la peor madre del mundo: con tantos millones de madres como ha habido y hay,  yo tengo el demérito de ser la peor. A mi ella, en ocasiones, me resulta antipática y pienso ¿ésto lo he parido yo?   ¿ y encima por un ojo?. Sin embargo cuando tiene un fracaso, me sigue doliendo más que a ella, como cuando se caía de pequeña pese a la correíta. Y cuando tiene un triunfo, me vuelve a salir  el orgullo de madre a borbotones por los poros. Doy gracias a Dios  a cada momento por mi hija, aunque a veces intente exterminarla con el matamoscas .

Dedicado a Cristina (que no es mi hija)

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